mardi 1 mai 2012

Brahma

Fué en un dia lleno de sol que nos dimos cita en un restaurante parisino. Allí cerca de la estación Saint Lazare. Un día lleno de sol en Paris es realmente una suerte!!! Claro que, además, todo nos sonreía ese dia lleno de luz, sin controversias, sin conflictos, sin palabras duras, sin rabias...al fin parecia, ese dia, que el "soplo esencial" estuviese positivamente visible y rigiera con discernimiento nuestras relaciones. Comimos platos deliciosos en un ambiente animado y felíz y con admiración escuchamos el relato fabuloso de ese primer viaje por tres paises de Asia. Sentimos el calor, la estridencia de la luz, el bullicio de las gentes, los sabores exóticos y los perfumes e inciensos frente a las enormes estatuas. Sentimos el aire pegajoso, las piedras rugosas y antiguas de los fabulosos monumentos y el olor a pintura nueva de los templos. Y vimos, por sus ojos, los sembrados de arroz donde las nubes se reflejan, los bosques tropicales llenos de ruidos y de sombras, las ciudades, los mares y los cielos. En medio del bullicio y la animación, sacaron los regalos que tenían para nosotros. En nuestra tradición familiar se traen regalitos después de un viaje: recuerdos, artesanía local. Desde siempre conservo todos estos regalos como algo muy precioso y útil. Tengo todos los chumbes, molas, botijas. Tengo todas las cartas, recuerdos, dibujitos de varias épocas. Ese dia había objetos fabulosos y coloridos que nos llenaron de admiración y agradecimiento!! Y en medio una pequeñisima torrecita llena de caras. Una representacion de Brahma. Un objeto pesadito de bronce, un objeto de esos que uno ama y admira...un talismán. Una representacion del soplo universal, del soplo que todo lo engloba, del soplo completo, perfecto, esencial. El soplo de Dios que todo lo ve, lo comprende, lo sabe. Cuando llegué a casa, empezé, emocionada, a sacar los regalos: Todo estaba alli todavía, cada objeto traía la luz de Asia... pero faltaba Brahma. Volteé cada objeto patas arriba, la carterita bordada puse al revés, los paqueticos de papel urgué y varias veces deshice y busqué en el fondo y en la superficie de las cosas...el soplo perfecto desapareció en las calles de Paris. Presumo que ya insuflado en nuestras relaciones se quedará allí para siempre, en forma de soplo invisible, perfecto y cálido. Y con tristeza por su pérdida me digo que su representación, la pequeña torrecita llena de caras está, organizando otro desorden, en otra familia. Guardado, mientras se necesite, en algún bolsillo. Esperándo seguramente, volar al socorro de otros padres a quienes cuesta guardar silencio. Para mis hijos Alexandra y Yoan